lunes, 20 de noviembre de 2006

EL SEÑOR DE LOS RELOJES

Francisco Miguel Raab es artesano relojero. Tiene su negocio en Buenos Aires desde hace 60 años. Repara todo tipo de relojes antiguos artesanalmente. Para ello, ha tenido que aprender más de 20 oficios. Por Federico Fernández.

El Pasaje Rivarola es un breve oasis de tranquilidad en medio del frenesí porteño; un túnel secreto de prolijas fachadas donde por momentos pareciera que el tiempo se ha detenido caprichosamente. No debe el viajero extrañarse, ya que allí tiene sus oficinas el Amo del Tiempo y Señor de los Relojes: Francisco Miguel Raab, un artesano relojero, nacido en Huanguelén, provincia de Buenos Aires, hace 77 años. Comenzó hace ya mucho tiempo, restaurando, fabricando y coleccionando relojes de todo tipo; hoy su negocio es único en el mundo, y por varios motivos.

Un gigantesco reloj alemán se ve a lo lejos, emergiendo solitario de las paredes. Es el mojón que señala el pequeño santuario donde trabaja Raab. El lugar se llama, apropiadamente, “La Chacarita de los Relojes”. En la vidriera lloviznan relojes de bolsillo sobre un océano de relojes de arena. Adentro el panorama es sobrecogedor; auténticas parvas de relojes antiguos todo lo colman: son de pie, de pared, de mesa, de bolsillo, de muñeca, de arena... Algunos funcionan y palpitan sus tic-tacs; otros simplemente están ahí, orbitando en el espacio, surgiendo en todos los lugares y rincones. Constelaciones de relojes cuelgan del techo; las mesas de trabajo están sepultadas bajo un enjambre de fornituras, engranajes, roscas y todo tipo de piezas metálicas abigarradas en rebelde anarquía.

Envuelto en este laberinto, Miguel incrusta un vidrio sobre un pequeño reloj de muñeca y mientras tanto recuerda cómo comenzó tamaña empresa: “Cuando termino la primaria mi viejo se acerca y me dice que en casa hay dos opciones: o estudiar o laburar. Yo tartamudeaba al leer, mi competencia cultural no era la mejor, así que elegí laburar. En ese entonces tenía como doce años”. El padre de Miguel era húngaro, un humilde peluquero instalado en Buenos Aires con su familia. Uno de sus clientes necesitaba ayuda en un negocio y allí el joven Miguel Francisco tuvo su primer empleo. Se trataba de la joyería de Eugenio Colmann, ubicada en Diagonal Norte. “Trabajaba mucho” – cuenta – “Tenía que estar seis horas y me quedaba diez, si había que hacer un mandado iba corriendo a todas partes. Me lo tomé en serio, básicamente porque sabía que me estaba jugando la vida, si me iba mal con eso no tenía muchas alternativas”. Aquí, y más tarde en un taller y una relojería, Miguel terminó forjando una vocación y, a fuerza de aprendizaje y trabajo, terminó por superar a sus maestros; a los 18 años instaló su propio negocio.

Fue entonces que comprendió que la restauración de relojes implicaba mucho más arte que tan solo el dominio de los mecanismos de cuerda: “No me quedé solamente con las nociones de la mecánica de un reloj; descubrí que si quería restaurarlos en serio tenía que ocuparme de todos sus oficios, y así fui aprendiendo distintas artes: carpintería, ebanistería, cincelado, grabado, calado, tornería, biselado, vitroux, reparación de cajas, de cuadrantes”. En fin, todo lo que tiene que ver con un reloj por fuera y por dentro. “Una cosa es hacerlo funcionar, pero también tenés que dejarlo como nuevo en cada una de sus partes externas”.

En la década del 40, a raíz de la Segunda Guerra Mundial y el consecuente debilitamiento del comercio con Europa, cerraron muchas casas de relojería y repuestos en Buenos Aires. Miguel aprovechó la ocasión, fue a cada una de las tiendas y compró de todo; relojes, repuestos, herramientas, máquinas, porque todo le servía. Aún hoy lo sigue haciendo, y guarda autenticas parvas de recibos que ayudan, quizá no lo suficiente, a comprender la magnitud de la colección que atesora en sus diferentes depósitos. “Tengo como 70 toneladas de despertadores guardados, 300 herramientas especiales para arreglar relojes, montones de catálogos de fábricas viejas, 600 relojes de bolsillo… Los relojes son de todos los países y épocas. También tengo relojes de arena, de sol, relojes chinos de fuego, relojes de agua”. Raab repasa su ingente colección, que también incluye libros sobre el oficio y discos de pasta, sin disimular una chispa de entusiasmo, o jactancia, en sus ojos. Su rostro dibuja una sonrisa al comentar: “Cada tanto vienen inspectores de la AFIP para hacer un inventario y terminan huyendo despavoridos”.

Miguel asegura que hasta ahora no ha existido reloj que no haya podido resucitar. Sea de pulsera, de bolsillo, o de la torre de una iglesia, siempre se las ingenió para que el tiempo nunca se detuviera. Bajo sus herramientas pasaron relojes que pertenecieron a personajes ilustres, tales como Domingo Sarmiento, Carlos Pellegrini, Bartolomé Mitre y Juan Domingo Perón. También ha recibido clientes de otras partes del mundo que llegaron hasta su taller con la última esperanza, referenciado hasta por colegas suizos. “Cuando arreglo un reloj, lo hago por mí y no por el cliente. Cada uno representa un desafío, y siempre es una satisfacción personal cuando logro hacerlos funcionar otra vez, no importa que ya haya reparado miles y miles”, dice mientras busca la herramienta adecuada entre indóciles cajones. “Tampoco le miento al cliente; si el reloj es de mala calidad se lo digo, pero a veces este tipo de cosas tienen un valor sentimental, porque fue de un abuelo, una abuela, y entonces lo arreglo”.

Los relojes electrónicos y de cuarzo no le interesan. “No se ni cómo se cambian las pilas. Solo arreglo relojes con 50 años de antigüedad o más. Nunca me interesaron los relojes de serie, industriales, que se hacen ahora, son como descartables ¿No?”. Además de reparar relojes por dinero, Raab siempre tiene otros proyectos en que ocupar su tiempo, sobre todo ahora que ha delegado buena parte del trabajo a su hijo. “Hace tiempo hice un pesebre solo de fornituras, solo porque se me ocurrió, también fabrico relojes de arena”. Cuando se le pregunta cómo funcionan estos últimos contesta enigmáticamente: “Tardé diez años en descubrir el secreto ¿Te lo voy a explicar ahora en dos minutos?”. También sueña con que su colección se constituya en un museo permanente, pero asegura que no ha recibido ningún tipo de apoyo por parte del gobierno.

Entonces llega la pregunta clave: ¿Qué es el tiempo? “Siempre digo que el tiempo empezó cuando el hombre se paró de espaldas al sol y midió su propia sombra”, pero la pregunta evidentemente no tiene respuesta: “Quizá toda mi profesión esté alimentada por el deseo de dominar el tiempo, de moldearlo a mi gusto, pero lo cierto es que estoy viejo, y eso no lo pude evitar ni desarmando todos los relojes del mundo”, reflexiona. Por las dudas, asegura que si bien le encantan los relojes, jamás los utiliza: “Detesto que un objeto como lo es un reloj me someta. No me gusta el gesto de pararme en la calle y mirar la muñeca a ver si llego tarde a donde sea. Si soy relojero se supone que debo dominar los relojes, y no que estos me dominen a mí”.

Sin previo aviso, resuena una cascada de campanadas simultáneas: todos los timbres y matices nos recuerdan que son las siete de la tarde. Afuera, ya está anocheciendo.

COMO SE ARREGLA UN RELOJ

La casa de Miguel Francisco Raab está ubicada en Capital Federal, en el Pasaje Rivarola al 134.

Cuando el cliente lleva su reloj para su reparación (puede ser de péndulo, de mesa, despertador, de bolsillo o de pulsera) debe dejarlo para que se revise el aparato y se pueda hacer un presupuesto. Raab explica que si bien es posible un diagnóstico aproximativo con apenas un vistazo, es cuando se empieza a trabajar con el reloj que el artesano se da cuenta de qué es exactamente lo que ocurre. Por este motivo, es virtualmente imposible saber cuánto costará un trabajo el mismo día que se lleva. La reparación de un reloj lleva su tiempo, y muchas de las entregas pueden demorarse hasta un año.

Hace tiempo que Miguel tiene algunos asistentes, entre ellos su hijo, que hoy en día hacen la mayoría del trabajo. Lo primero que se hace es un desarmado completo del reloj. Esto permite comprobar el estado en que se encuentran todas y cada una de las piezas que lo componen. Si hace falta un repuesto específico, es posible que éste se encuentre al alcance de la mano, ya que en el local se pueden encontrar innumerables cajas de repuestos y fornituras meticulosamente catalogadas y ordenadas. También se pueden desarmar otros relojes y obtener la pieza necesaria. En última instancia, si la pieza faltante no está disponible, Miguel puede fabricarla.

Pero el trabajo sobre los relojes nunca se limita a un problema o defecto específico. Miguel, haciendo gala de sus múltiples habilidades, ofrece una puesta a nuevo integral de cada aparato y esto implica ocuparse también de las maderas, las decoraciones, los biselados, las agujas los cuadrantes, los mecanismos de campanas. Si las maderas están astilladas o deterioradas, por ejemplo, la casa se ocupa de fabricar nuevos pedazos de madera, pegarlos, y barnizarlos adecuadamente.

Una vez que el trabajo en el reloj ha terminado, éste se deja a prueba durante un buen tiempo: de esta manera se comprueba si la marca la hora consistentemente, sin adelantarse ni atrasarse demasiado. Obviamente, semejante trabajo no es barato. Miguel explica: “El precio de los repuestos no es nada, porque en general ya los tenemos, pero la mano de obra sí. Cada reloj insume un tiempo y un trabajo que ni se imaginan”.


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8 comentarios:

Mónica dijo...

Que hermoso....
Yo estaba buscnado en realidad por un servicio tecnico oficial Cartier.... pero no se como llegué a este sitio y me encantó lo que estoy viendo. Gracias por compartirlo.
Saludos

brenda dijo...

he estado buscando por el arreglo de un reloj de mi tartara abuelo y he visto esta pagina y no me puedo comunicar ya que el numero que aparece no me da solicitaria saber como hacerlo gracias y perdone

gabo dijo...

el local ya esta cerrado, el Sr de los relojes lamentablemente ha fallecido. espero que se su local se tranforme en un museo, tal como el lo queria.

Unknown dijo...

Estimado, restaura esferas de relojes de pulsera. Omega, mido?
Saludos

Unknown dijo...

Estimado, restaura esferas de relojes de pulsera. Omega, mido?
Saludos

Unknown dijo...

Conocí al Sr. Raab y, más allá de sus habilidades y lo impactante de su negocio, me pareció una persona muy desagradable y muy fanfarrón. No me trató bien y me causó una muy mala impresión.

pettybujazha@gmail.com dijo...

Necesito restaurar 2 relojes de más de 120 años

Patrich dijo...

Existe aun o es una noticia antigua? Leo comentarios que me confunden y me interesaría reparar un reloj. Gracias